“¿Quién quiere otra
hamburguesa?”, preguntó Carlos en el cumple de su hija. Ella estaba festejando
sus 19 y él se había ofrecido de asador. “¿Quién quiere otra hamburguesa?”,
insistió. “Tú no, mi amor, que estás muy gorda”, fue la frase que disparó
delante de todos sus amigos. Ella se puso roja de vergüenza, un nudo enorme le
cerró la garganta y no comió más. Se levantó despacio y la soledad de su cuarto
adolescente fue el mejor refugio hasta la madrugada del día siguiente. El padre
murió preguntándose qué hizo mal esa noche.
Son frases que no te matan, pero te marcan para toda la
vida. Frases basura. No importa cuántas horas de terapia le dediques a
deshacerlas, ellas están ahí… rondando, para reaparecer sin previo aviso. Son
frases que, cuando las cuentas, te parece que estás exagerando, que no pudieron
ser así, que quizá las recuerdas mal. Entonces descubres la crudeza de esas
palabras.
Lo bueno es que un día te sacas uno por uno todos los
puñales que te clavaron en el cuerpo y en el alma, y descubres que no fueron
dichas con odio, que los responsables de escupirnos tamañas frases son seres
que cargan, a su vez, con otras frases. Y entonces llega el perdón. Y
perdonamos. Más adelante viene la compasión. Es ahí cuando volvemos a sentirnos
felices.
Tratemos de pensar antes de hablar, ya que las PALABRAS QUE
DUELEN tardan muchos años en salir del corazón del otro, y hasta a veces no
salen. No perdamos tiempo con los que queremos, porque perdonar lleva mucho
tiempo.
PENSEMOS ANTES DE HABLAR. TRATEMOS DE NO HERIR EL CORAZÓN DE
LOS QUE MAS AMAMOS.
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